EL MUNDO QUEDÓ ATRÁS. LAS FLORES DE LOTO
Texto de la comisaria Alejandra Rodríguez Cunchillos
para el proyecto de Valentina Vacó y Noemí Iglesias Barrios
en Estampa 2024
El mundo quedó atrás, las flores de loto, son dos versos de un poema de origen oriental,
concretamente de un haiku, escrito por el monje Fusen Mostugai (Japón, 1795-1867).1 Este
tipo de poesía toma como fuente de inspiración el entorno y la naturaleza y trata de
reflejar una impresión. No obstante, en este proyecto expositivo, el diálogo entre las
artistas Valentina Vacó (Caracas, 1994) y Noemí Iglesias Barrios (Asturias, 1987)
responde, además de a la esencia de lo que apreciamos e intuimos, a la definición que da
sobre este tipo de composiciones poéticas la escritora chilena María José Ferrada: «[un
haiku es] un camino para aprender a mirar el mundo».2
A lo largo de la historia, las flores han ido tomando diferentes significados y han sido
representadas por innumerables artistas en sus obras para referirse a esos «códigos
culturales» establecidos en cada lugar. El Nelumbo nucífera, también conocido como loto,
ha sido apreciado y venerado como una flor sagrada en numerosas regiones desde la
Antigüedad. Su significado está ligado a la belleza femenina, por sus delicadas y
elegantes formas; la pureza, porque flota pulcro por encima de las aguas estancadas o de
corriente lenta (ya que crece en lagos, lagunas, charcas, pantanos o arroyos); o la
resurrección, dado que sus semillas pueden germinar tras varios siglos. Asimismo, en
Occidente el loto aparece en los escritos del poeta Homero (Grecia, VIII a.e.c.), en los que
habla de esta planta como «la flor del olvido»: el canto IX de la Odisea recoge la llegada
de Odiseo a la tierra de los lotófagos, (próxima a la actual Libia) cuyos habitantes, al
parecer, consumían esta planta y sus semillas cuyas propiedades narcóticas o
psicoquímicas producían el olvido de la patria, dejando ese mundo atrás.
Estos asuntos vinculados al loto son algunas de las cuestiones que vienen desarrollando a
lo largo de sus trabajos las dos artistas implicadas en este proyecto expositivo, quienes en
este caso han ahondado de manera específica en las diversas interpretaciones de esta
especie y símbolo; y en sus devenires.
La pintura de Valentina Vacó nos sugiere un escenario fantasioso quasialucinógeno que
discurre entre fondos movedizos habitados por seres imaginados. Entre éstos emergen
lotos, los cuales ocupan un lugar especial pues en el budismo esta flor se concibe como
símbolo de un crecimiento único; un símil de cómo a través de la atención plena, la
meditación y la vida ética, una persona se puede elevar por encima del lodo. Asimismo,
asoman numerosos tallos marchitos que dejan ver el gineceo, la parte femenina de las
flores en las plantas angiospermas, es decir, el receptáculo que alberga las semillas.
Curiosamente, éste recibe el mismo nombre que los espacios de reunión para las mujeres
en el mundo griego, y es que es desde el gineceo desde donde Valentina propone un
nuevo nacimiento arropado por un modelo feminista, en comunión con la colectividad,
siguiendo las enseñanzas búdicas y proponiendo «un [nuevo] camino para aprender a
mirar el mundo».
Noemí Iglesias incorpora a través de la escultura la tercera dimensión, dando corporeidad
a ese estanque de joyas acuáticas que se debaten a día de hoy entre su continuidad y su
extinción. Como es sabido, la artista asturiana lleva años trabajando con las flores como
elemento para hacer una crítica al consumismo romántico en nuestra sociedad. Sin
embargo, en este caso, los lotos encierran además de éste, otros significados. Por un lado,
las piezas en porcelana necesitan para su elaboración un aprendizaje consciente, calmado
y paciente, de la misma manera que cuando esta planta ha alcanzado su madurez,
despliega sus pétalos lentamente, uno por uno, relacionando este acto metafóricamente
con las etapas del desarrollo espiritual en el budismo. Por otra parte, Buda suele aparecer
representado sobre estas flores, como si estuviera por encima del apego y el deseo. La
razón por la que las piezas impresas no han sido despojadas de la rebaba de su
producción se debe a que esos hilos son un símil de las hebras que se encuentran en las
raíces del loto elásticas, muy resistentes y por ello, símbolo de ese amor eterno3 tan
cuestionado por la autora.
En definitiva, un diálogo entre dos artistas que nos sumerge y nos eleva, haciéndonos
conscientes tanto de la dureza como de la fragilidad. Podríamos decir que, como ocurre
con un buen haiku, en esta propuesta ambas artistas/las flores de loto, desatan una
cadena de pensamientos que se expanden como las ondas de un estanque.
Alejandra Rodríguez Cunchillos
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