HEDONISTAS
Texto de la comisaria Ester Almeda para el solo show de Valentina Vacó en galeria La Gran
Escribe Valérie Tasso en su libro Antimanual de sexo: “El hedonismo es una actitud ante la vida.
Es una filosofía vital que prima el instante sobre el devenir, que reivindica la valentía sobre el
miedo, que respeta la materialidad y cuestiona el espíritu, que gestiona lo que sucede sin
despreciarse por lo que nunca sucedió, que aprecia la lógica de vida y cuestiona la lógica de
muerte, que sabe que lo suficiente es suficiente, que busca el placer donde está, no donde se
busca, que hace de su cuerpo su aliado, no su prisión [...] El hedonista ejerce el difícil arte de
establecer la paz consigo mismo” .
Todas estas cuestiones son planteadas por Valentina Vacó en su primera exposición individual en
la galería La Gran, titulada “Hedonistas”. La muestra los invita a conocer de cerca a unos
personajes sumidos en escenas catárticas, que nos incitan a reflexionar sobre la propia
existencia, la romantización de la juventud, lo efímero de la misma, el deseo, el amor, el dolor, y la
búsqueda constante del placer y la felicidad. Influenciada por artistas como Jessie Makinson,
John Currin o Sasha Gordon, y muy cercana en su proceso pictórico a la ilustración, Vaco nos
propone un mundo cinético en el que los colores, tratados con tinta acrílica, no se degradan ni se
mezclan entre ellos, sino que cada color en cada trazo mantiene su autonomía. De esta manera,
aparece una cierta psicodelia en sus trabajos, otorgándole a los elementos que componen sus
obras la idea de movimiento.
En las obras presentes en esta exposición, toman protagonismo las plantas: domésticas,
carnívoras y salvajes, envuelven a las protagonistas de sus retratos en un halo de intimidad y
misticismo, en un frágil equilibrio entre el bienestar y peligrosidad. En la obra Sobre fumar, Vacó
nos introduce un personaje que se presenta como protagonista y que invade el lienzo por
completo: el humo, sutil, etéreo, tóxico, envuelve la escena. El acto de fumar, como condena y
placer al mismo tiempo, como momento de desconexión, de relajación, de espera. Una pequeña
diabla, que reposa sobre las hojas de una planta situada al fondo de la escena, observa al
fumador, del cual solo podemos ver su mano mientras sostiene el cigarro. Representa la
subversión y la tentación frente a la moral, a lo nocivo. La diablilla y el cigarro nos trae de nuevo
a este personaje, que observa el cigarro posado sobre un hueco en el alicatado, sobre el que
también reposa una planta. La vida y la muerte, y entre ellos, la tentación, la subversión de
realizar un acto reprobado.
En El alma de la fiesta: algo sobre disociar, Vacó nos presenta, como diría Bukowski, “el
incendio de un sueño": una mujer, sentada en un sofá, sostiene un cigarro entre sus dedos. Unas
copas se derraman a su lado, sobre el alféizar de la ventana. Las velas se han empezado a
consumir, y las cortinas, movidas por el viento, han comenzado a arder. El personaje, mientras
tanto, duerme, con una mano sobre su pecho, aparentemente ajena a lo que está sucediendo. Es
la representación de la decadencia misma, el fin de la fiesta, el mundo en llamas. Mientras los
demás quizás disfruten al otro lado del lienzo, el personaje protagonista agoniza en la nostalgia,
en la tristeza que refleja su piel azul, que nos induce a la idea de mortalidad. El único retazo de
vida, la planta Monstera, que cobra vida y envuelve al personaje, como si tratara de protegerla del
caos que está apunto de dar comienzo.
La protagonista del lienzo Hace frio y estoy lejos de casa, se encuentra en la misma postura
que la protagonista del lienzo “El origen del mundo” de Courbet. Solo que en esta ocasión, el
paraje es menos cálido y nos sugiere la idea contraria: el fin del mundo. De nuevo, un personaje
melancólico, reposa sobre un paisaje nevado. Una herida a la altura del pecho izquierdo vierte
lágrimas de sangre sobre la blanca nieve. La sensación de soledad, de frío y de aislamiento se
imponen en la escena. Unas dalias negras rodean el cuerpo de la protagonista, como si se tratara
de una Ofelia moderna, y aún así, con ellas, aparece la esperanza: las flores resisten ante la
adversidad del paisaje, al miedo a la soledad de la protagonista en un entorno inhóspito.
Valérie Tasso, Antimanual de sexo, 2009.
El terror nos encuentra en la obra A la oscuridad y otros miedos, en la que el frio y la sombra se
apoderan de la escena. La protagonista se tapa los ojos con una mano, como si una luz azul
cegadora le impidiese mirar a lo que tiene enfrente. Unos crisantemos y unas perlas parecen ser
la única compañía, lo cual enfatiza el carácter lúgubre y mortuorio de la escena. Un choque de
sentimientos, entre la tristeza de la soledad y la fobia a lo desconocido, a lo externo, a lo ajeno, al
riesgo de salir de la reclusión para darse encuentro con lo inexplorado: la valentía de dar un paso
al frente, el pulso entre la mente y el corazón.
Escribía Jane Austen en Orgullo y Prejuicio que “el orgullo está relacionado con la opinión que
tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que quisiéramos que los demás pensaran de
nosotros”. En un mundo dominado por ambos sentimientos, Vacó nos muestra en la obra
Trofeos de la vanidad, su máximo exponente contemporáneo: el selfie, una imagen capturada
para no solo el disfrute de la persona que toma la fotografía, sino destinado principalmente a la
exposición pública. La herencia de Narciso, solo que en esta ocasión no es un rostro lo que se ve
reflejado, sino dos cuerpos desnudos unidos, abrazados. Un momento de intimidad, un silencio
roto por el flash de una cámara, con el fin de demostrar al mundo lo que se cree que se posee. El
tratamiento del color, simulando la visión térmica, eleva la temperatura de la escena. Dos cuerpos
que se desean, pero que quizás desean más ser deseados.
La mitología griega se asoma a través del personaje de La euforia de la juventud y el amor
contemporáneo: una mujer desnuda yace tumbada sobre el suelo, mirando la pantalla de su
móvil. Con su cabello, largo y trenzado en rastas, se asemeja a la figura de Medusa. Un personaje
malogrado desde la visión heteropatriarcal a lo largo de la Historia, que en épocas recientes se ha
convertido en un icono feminista, a través de teóricas como Hélène Cixous y posteriormente el
movimiento #metoo. Se entiende la semejanza pues, a través de la ventana abierta, observamos
la figura de un hombre que observa a la protagonista desde el edificio de enfrente. La figura del
voyeur, el mirón, que desea desde las sombras, desde la toxicidad del anonimato. La
protagonista, ajena a todo ello, se encuentra rodeada por diferentes objetos, asociados a la
diversión, al amor, la admiración y a la vanidad. El suelo sobre el que está tumbada, parece lava
líquida: de nuevo, un elemento psicodélico en la obra de Vacó produce un estímulo visual sobre la
perspectiva de la escena. El amor, la diversión, el deseo y el peligro se entrelazan en un frágil
equilibrio en la escena.
La exposición concluye con la obra El principio del fin, en la que la artista manifiesta un
derroche de imaginación con la incorporación de personajes fantásticos y mitológicos que se
apoderan del protagonismo de la escena. El personaje principal, una figura femenina sumida en
una mezcla de furia y éxtasis, se encuentra alzada, con los brazos extendidos, por otro personaje
de largo cuello con varias mamas de las que brotan oro líquido. Una Libertad que en esta ocasión
solo se guía a sí misma, intentando desencadenarse, como un Prometeo moderno, de aquello
que la oprime. La idea de la codependencia, de la depresión y el éxtasis, solo se ve menguada
por el tercer personaje de la composición, una suerte de Blemio de la mitología romana, un
cuerpo sin cabeza cuyos ojos y boca se encuentra en su pecho, donde se hallan las emociones.
La naturaleza vuelve a apoderarse de la escena, pero esta vez no desde un plano doméstico, sino
salvaje, denso, que parece devorar a los personajes. El suceso se desarrolla en pleno atardecer:
como su título indica, se trata de la decadencia, el principio del fin. El comienzo de una nueva
etapa.
Valentina Vacó trabaja una pintura figurativa próxima a la fotografía y a la experiencia
cinematográfica, a través de las cuales puntualiza la cercanía y la conexión con la realidad de sus
trabajos, a la vez que nos sumerge en un mundo de fantasía a través de su propia cosmogonía de
personajes y la simbología, misteriosa y oculta, de los elementos.
Ester Almeda